macg1

 

macg2

 

macg3.1

 

 macg1

 

macg2

 

macg3.1

 

 macg1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

 

macg2

 

macg3.1

  

Los objetos que se emplazan en este espacio provienen del lento quehacer de unas manos que modifican la materia. Al contrario de diversas tendencias en el arte del siglo pasado, como el minimalismo o los conceptualismos, Diego Pérez ha procurado que cada una de sus obras cargue la impronta del trabajo manual. En su quehacer la labor presupone al placer. Sus obras son hechas —herramientas mediante— con su propio tesón que a veces lleva al acierto, o al lugar que la mano, la cabeza y el corazón premeditan, y otras veces acontece el error, que por supuesto, es también fecundo. En el incesante quehacer creativo de Diego todo fenómeno es materia estética y, a veces, una oportunidad epifánica.

Las obras que pone en común ofrecen un conjunto de ideas y de propuestas específicas que exigen un modo de ver, una lúdica y humorosa mirada que vaya y venga, ambivalente, de la inocencia y el asombro a la exquisitez y la sofisticación.

Sus objetos no pertenecen de manera limitada al reino de lo simbólico y se desplazan, como contrabandistas estéticos, para cambiar de condición y devenir objetos útiles, y luego otra vez objeto simbólico, y luego dibujo y del dibujo al texto en una transmutación tan fantástica como posible. Un objeto que se usa como mesa en el hogar —que se constituye de una tabla horizontal y unas patas— es instalado en un museo para inquirir las herencias de la modernidad, de los constructivismos y los funcionalismos.

Esta potencia transformativa pretende anular la división categórica entre el arte y lo otro —lo útil. Los objetos que crea existen bajo el principio de que son hermosos y son útiles. En su mundo, la hermosura no es un valor aislado ni autosuficiente, sino que hechura y sentido guardan indisoluble relación.

Desde hace décadas ya, su quehacer encuentra también terreno fértil en el oficio de la jardinería. Las horas de sus días se multiplican entre su taller, la cocina y los lentos jardines. La práctica de este oficio valora a la realidad mundana, a la técnica y a los sentidos como fuente de conocimiento. Sus jardines formulan una teoría estética —no sobra recordar que la voz “cultura” goza la misma que “cultivo”— y postulan una ética sobre el gozo: son obra de arte viva que se crea en relación, todx jardinerx sabe que no se hace sino en colaboración.

Pienso en las naturalezas muertas, esas imágenes que nos ofrecen la parálisis —¿como toda imagen? De forma opuesta, los jardines y las plantas nos brindan desde su aparente inmovilidad la transitoriedad de la vida. Los objetos anómalos y transmutables de Pérez, como las plantas, no pretenden la falsa eternidad que los museos procuran, aceptan su condición de futura ruina, y si bien no persiguen a la muerte, tampoco la niegan: reciben con gusto al polvo que nos recuerda que estamos, siempre, de paso.

 

Mauricio Marcin Álvarez 

 

 

 

The Dust Offensive

The objects positioned in this space come from the slow labor of hands modifying matter. Unlike several art tendencies of the last century, such as minimalism or conceptualisms, Diego Pérez has endeavored to endow all his pieces with the hallmark of being made by hand. In his work, labor presupposes pleasure. His works are tooled following his own determination, which sometimes leads to fruition, to the place that hand, heart and mind had intended, and other times leads to error, which of course is also fertile. In Diego's ceaseless creative labor every phenomenon becomes esthetic matter and, sometimes, an opportunity for epiphany.

The works displayed offer an ensemble of specific ideas and proposals that demand a certain way of looking, a playful and humorous view that can come and go, ambivalently, from innocence and amazement to exquisiteness and sophistication.

His objects are not limited to the realm of the symbolic; they move around, like esthetic smugglers, and shift their condition to become useful objects, then again symbolic, then drawings, and then go from drawings to text in the most fantastic transmutation imaginable. An object used as a table at home––consisting of a horizontal plank with legs–– is set up in a museum to inquire into the legacies of modernity, into constructivisms and functionalisms.

This transformative power seeks to annul categorical distinctions between art and the other––the useful. The objects he creates exist under the principle that they are beautiful and useful. In his world, beauty is not an isolated, self-sufficient value, but rather crafting and purpose are inextricably connected.

For decades, his work has also found a fertile outlet in the craft of gardening. His daily hours are multiplied in his workshop, the kitchen and the slow pace of gardens. The practice of this craft values worldly reality, technique and the senses as a source of knowledge. His gardens formulate an esthetic theory––it bears remembering that "culture" and "cultivation" come from the same root––and postulate an ethics of enjoyment: they are living works of art created in this relationship, for as every gardener knows, this work is always a collaboration.

I'm reminded of still lifes, those images that offer us paralysis––like every image? Conversely, gardens and plants, from their apparent immobility, bring us the transience of life. Like plants, Pérez's anomalous and transmutable objects do not seek the illusion of eternity that museums provide, but accept their condition of future ruin, and while they are not seeking death, they don't deny it: they welcome the dust that reminds us that we are all, always, just passing through.

 

 

Mauricio Marcin Álvarez